Muchas veces me he preguntado, ¿como es que muchos pastores y predicadores conocen y hablan de todos los evangelios, pero deciden ignoran o pasar por alto el hablar de María, la Madre de Dios? En mi intimidad con Dios, es imposible no hablar de todos los evangelios, y no tocar, o ver el modelo de María, como uno perfecto e importante para la salvación de los hombres. ¿Quien es la madre que dejaría a su único hijo en las manos de una mujer desconocida y sin amor maternal? No cabe duda que Dios Padre, sabia quien seria María. Era tan agradable María ante los ojos de Dios, que Dios puso en María su mirada y su confianza. Ella fue escogida de entre todas las mujeres, presentes y futuras, para dar a luz al único hijo de Dios y ser instruido como hombre en tal dichosa familia.
Dichosa fue María porque Dios quiso hacer de su vientre un vientre perfecto; como perfecto seria su hijo Jesús. Su cuerpo fue como un cielo en la tierra bajado y hecho solo para un Dios. Este Dios seria Jesús, Emmanuel, “Dios con nosotros.” Aunque Jesús naciera en un humilde pesebre, no había en el mundo un lugar tan perfecto y tan santo como el vientre de María. No era un vientre como cualquiera porque era un sagrario lleno y purificado por el poder del Espíritu Santo. Esto no hubiera sucedido si María, no hubiera sido fiel al plan de Dios. Ella decidió a tal corta edad, rehusarse así misma, esclavizar su voluntad, para que la voluntad de Dios viviera en Ella. Sobre toda las cosas, su gran humildad fue en ser fiel a la verdad esclavizando su cuerpo para que viviera el Espíritu de Dios. Por esto mismo, el pecado del diablo no pudo llegar a María Santísima. Dios la envolvió en una gracia divina única como único y santo seria el Hijo en su vientre. Jesús no podía nacer en una mujer que estuviera en pecado. Tampoco podía nacer en una familia que no fuera plan perfecto de Dios. Aunque María tuviera un cuerpo humano, Dios hizo de su cuerpo un templo perfecto porque nadie en la tierra estaría tan unido a Dios como Ella. Tal fue el amor de María que cuando Jesús fue traicionado y dejado solo por sus apóstoles, María estuvo siempre con El, hasta en la cruz. No cabe en mi duda, que en María estaba el amor del Padre. Jesús al mirar a su Madre en la cruz, tuvo que haber visto en Ella, el amor de su Padre. Si en tal agonía estuvo su Madre, como no podría estar con su hijo en la gloria celestial. Todos los grandes profetas recibieron el favor de Dios, de escuchar su vos y hablar con El. Del profeta Elías hasta llegar a Juan el Bautista. Sus evangelios son conocidos, y se repiten entre nosotros cada día. Más sin embargo, ninguno de ellos estuvo más cerca de Dios que María. Ninguno de ellos recibió el privilegio de ser llamada la Madre de Dios. Ninguno de ellos dio a Jesús de beber leche maternal. Ninguno de ellos estuvo tan cerca del poder del Espíritu Santo. O estuvo con Jesús en la cruz. Mas sin embargo, muchos han decidido no tomar en cuenta tal grande suceso. Hermanos míos. Si hay algo que odia mas el diablo es el poder de María. Pues María como la nueva Eva, aplasto y sigue aplastando su cabeza.
Por eso, María guiada por el Espíritu Santo exclamo esta profecía, “Y todas la generaciones me llamaran dichosa.”
Esta profecía sigue cumpliéndose en los que aman y ven en María un modelo perfecto, y una fuente de agua que nos lleva y nos acerca a su hijo Jesús. Os pregunto a vosotros, ¿Quien puede negar esta verdad? Solo el que no tiene el lenguaje del Espíritu. El mismo que reposo en María, y que reposa en los que aman a Dios sin vendas del diablo. Amar a Jesús es amar a María, y amar a María es amar a Jesús. Hermano mío, No defiendas a María de los labios, sino trata de imitar su modelo de vida, un templo perfecto agradable a Dios. Esto es lo que Ella quiere de nosotros. Que seamos un templo vivo donde su hijo Jesús, pueda vivir y hacerse visible al mundo. Has viva a María haciendo vivo a Jesús en el vientre de tu corazón. Así sea, Amen.